Parálisis cerebral y Pilates: un caso real

por Andrea Fuente Vidal

Todo comenzó hace unos 4 meses. Mi coordinadora (Carola Prato) me presentó a Nacho, un chico con parálisis cerebral de 21 años al cual llevaba entrenando unos 6 meses. La madre de Nacho había oído hablar de la técnica Pilates y de sus ventajas y quería que empezara a trabajar con su hijo. En ese momento lo primero que pensé fue «pero ¿cómo voy a poder ayudar a este niño?». Carola me invito a ver la clase de ese día mientras que yo seguía pensando que no sería capaz de conseguir nada, ni siquiera me veía fuerte para poder darle una clase sin desvanecerme moralmente. El caso fue que quedé con Nacho para la semana siguiente, por lo menos tenía que intentarlo.

Empecé a documentarme sobre la enfermedad y su tratamiento. Por parálisis cerebral se entiende una serie de trastornos relacionados con el movimiento y la postura. La mayoría de los niños presentan otra serie de afecciones como dificultad en el habla, problemas de audición o visión. Se produce por daños en una o más zonas del cerebro. El dato positivo es que estos niños no empeoran a medida que crecen y que pueden mejorar significativamente con tratamiento.

Yo seguía sin tener muy claro que Nacho pudiera hacer algo ni tan siquiera similar a Pilates. Pero me había comprometido a intentarlo y había que hacerlo.

Resulta que existen tres tipos principales de parálisis cerebral aunque en ocasiones pueden mezclar signos de los tres:

Parálisis Cerebral Espástica: la más común. Los músculos están rígidos y dificultan el movimiento. Puede afectar a ambas piernas, sólo a un lado, o a las cuatro extremidades y al tronco.
Parálisis cerebral atetoide o discinética: afecta a todo el cuerpo y se caracteriza por fluctuaciones en el tono muscular que pasa de demasiado rígido a demasiado blando.
Parálisis Cerebral Atáxica: afecta al equilibrio y la coordinación.

Ahora empezaba a entender más cosas, por lo que había visto Nacho presentaba el primer tipo de la enfermedad, Parálisis Cerebral Espástica, aunque era cierto que mezclaba algo de los otros tipos. En su caso le afecta principalmente al lado derecho del cuerpo, por eso se le quedan doblados tanto el codo como la rodilla y le cuesta caminar.
Además Nacho parecía autista, su cara no expresa ningún sentimiento.

Bueno por lo menos podía definir que era lo que íbamos a trabajar y que beneficios le podía aportar el Pilates. Necesitábamos mejorar la flexibilidad, sobre todo incrementar la movilidad articular, mejorar la posición de su cintura escapular (tiene acortado el pectoral), la alineación de las piernas y la coordinación. Había mucho trabajo que hacer.

Sin tener muy claro si yo iba a ser capaz y echa un manojo de nervios empezamos las sesiones.
Ambos fuimos ganando confianza y del cadillac pasamos al reformer y a la silla. Y contra todos mis pronósticos Nacho avanzaba. Aprendía muy rápido, a la segunda o tercera repetición el ejercicio estaba casi perfecto. Cada día me sorprendía más. Al cabo de dos meses sucedió algo inesperado y que casi me hace llorar: ¡Nacho sonrió, no me lo podía creer!

Actualmente seguimos en nuestro intento de mejorar día a día y ya contamos con un repertorio amplio de ejercicios en nuestras clases.

Espero que mi testimonio sea de ayuda a aquellos profesionales que trabajáis con poblaciones especiales. Y por último decir: ¡enhorabuena Nacho!.

 Autora: Aruka Chapinal

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